HISTORIA
Fundado en 1998, PHotoESPAÑA es uno de los principales acontecimientos de fotografía y artes visuales del mundo. En sus 26 años de historia, casi 16 millones de personas han visitado el festival, que ha programado más de 1.800 exposiciones contando con más de 4.000 autores. En cada edición, PHotoESPAÑA muestra la obra de los mejores fotógrafos y artistas visuales internacionales. Asimismo, visibiliza el trabajo de las galerías y sirve de espacio para la reflexión, punto de encuentro profesional y plataforma para jóvenes creadores en su acercamiento a nuevos públicos.
PHOTO ESPAÑA: CHILE, PAÍS INVITADO
Por primera vez, PHotoESPAÑA incorpora la figura de País Invitado y dedica una sección especial a Chile, que inaugura este nuevo enfoque con exposiciones de Lotty Rosenfeld, Julia Toro, Michael Mauney y Martin Gusinde. Cuatro miradas, en distintas sedes de Madrid y Santander, que acercan al espectador a una producción fotográfica atravesada por la historia reciente del país y por la necesidad de pensar la imagen como herramienta de resistencia política y memoria visual, desde el archivo, el testimonio y la resistencia.
La Exposición “Chile, Voces de la Patagónia, es una de las 3 exposiciónes destacadas por Photo España.
Organiza: Filantropía Cortés Solari, Atelier EXB, Gobierno de Cantabria, Cultura Cantabria, PHoto España, Fundación Chile – España, Universidad Internacional Menéndez Pelayo.
Fechas: 28 junio a 28 agosto.
Lugar: Biblioteca Central de Cantabria. Sala Concepción Arenal. Santander.
Comisariado: Filantropía Cortés Solari y Atelier EXB.
Exposición Voces de la Patagónia en PHoto España
Bienvenida
Martin Gusinde, sacerdote alemán de la Congregación del Verbo Divino, fue enviado como misionero a Chile en 1912. Como profesor de historia natural en el Liceo Alemán de Santiago, desarrolló una pasión por las humanidades, la arqueología y la antropología. En ese contexto, comenzó a colaborar activamente con el Museo de Etnología y Antropología de Santiago, institución que le brindó acceso a documentación especializada y un entorno formativo clave para su desarrollo como investigador.
Sus expediciones a Tierra del Fuego, realizadas entre 1918 y 1924, contaron con el respaldo de fondos privados y de diversas entidades públicas. Este trabajo de campo marcó el inicio de su trayectoria académica, que culminó con un doctorado en etnología en la Universidad de Viena en 1926. A partir de entonces, publicó sus investigaciones en la revista científica de su congregación. Sus primeras obras vieron la luz en alemán en 1937, y posteriormente fueron editadas en español en 1951.
La inquietud intelectual de Gusinde lo llevó a continuar sus estudios sobre pueblos originarios en otras partes del mundo. Investigó a los pueblos Sioux y Cheyenne en América del Norte, a los Pigmeos en el Congo, a los Yupas en la frontera entre Venezuela y Colombia, y a los Ainu en Japón. Sus valiosos archivos —que incluyen notas de campo, diarios y más de mil fotografías— se conservan hoy en el Instituto Anthropos de San Agustín, Alemania, constituyendo una fuente documental excepcional para el estudio de culturas amenazadas por la desaparición.
Martín Gusinde llegó el 27 de enero de 1919 a la misión salesiana de Río Fuego, dirigida por el padre Zenone. Ubicada en los terrenos de la estancia Viamonte de la familia Bridges, la misión contaba con almacenes de víveres, un galpón de esquila, un comedor comunitario, una escuela y unas quince pequeñas casas para los Selk’nam. Los Selk’nam trabajaban como pastores, leñadores, constructores de cercas y participaban en la esquila de ovejas. Entre los edificios de la misión, los Selk’nam habían erigido chozas, lejanas reminiscencias de sus chozas, donde dormían. Con la ayuda de sus anfitriones, Lucas Bridges, nacido en Tierra del Fuego, y el padre Zenone, ambos hablantes de la lengua selk’nam y residentes cercanos a esta comunidad, Martín Gusinde conoció a Ventura Tenenesk. Último chamán del pueblo Selk’nam, que residía intermitentemente en la estancia con su familia.
Al llegar a estas tierras, Martín Gusinde descubrió una población en estado de gran fragilidad. Tras dos décadas de colonización, aproximadamente 300 miembros de esta comunidad vivían entre la estancia y un campamento tierra adentro, cerca del lago Fagnano. Gracias a la amistad que forjó con Tenenesk, Martín Gusinde decidió mudarse a este sitio, donde residió intermitentemente entre 1919 y 1923.
Los Pueblos de la Patagonia
Los primeros vestigios arqueológicos de asentamientos humanos al sur del Estrecho de Magallanes y en la Patagonia datan de hace unos 12.000 años. A lo largo de los siglos, se desarrollaron dos grandes tipos de poblaciones: por un lado, los cazadores-recolectores terrestres, que dependían de la fauna terrestre; por otro, los nómadas marinos, que recorrían las costas en pequeñas canoas y subsistían principalmente gracias a los recursos del mar.
Descendientes directos de los primeros cazadores que habitaron la Isla Grande de Tierra del Fuego, los Selk’nam permanecieron durante siglos aislados de cualquier contacto externo. Su dieta se basaba en roedores, aves y, especialmente, guanacos, cuya carne, grasa, huesos, tendones y pieles les proporcionaban todo lo necesario para su subsistencia: desde herramientas hasta vestimenta y materiales de construcción para sus chozas. Cada grupo Selk’nam se desplazaba dentro de un territorio específico —llamado haruwen— resguardado por su linaje. Estos haruwen se extendían por las llanuras y cordilleras bajas del norte y centro de la isla, llegando hasta los contrafuertes de la cordillera fueguina.
A diferencia de estos grupos terrestres, los Yámana y los Kawésqar, herederos de los antiguos nómadas del mar, vivían en familias nucleares dispersas y se desplazaban en canoas de corteza cosida. La navegación era una labor compartida: las mujeres remaban desde la popa mientras los hombres, en la proa, se encargaban de la vigilancia y la caza. Su dieta se componía de moluscos, mamíferos marinos —valiosos también por sus pieles— y aves costeras.
En el imaginario occidental, la región se conoce desde el siglo XVI. Durante más de cuatro siglos, su toponimia y cartografía fueron delineadas por geógrafos, navegantes, militares y exploradores. Sin embargo, los encuentros con las poblaciones originarias fueron esporádicos hasta comienzos del siglo XIX, cuando científicos, gobiernos y misiones cristianas europeas comenzaron a manifestar un interés sistemático por estas tierras remotas.
A partir de la década de 1880, la Isla Grande de Tierra del Fuego fue dividida entre Argentina y Chile. Fue entonces cuando comenzaron a asentarse colonos, buscadores de oro y ganaderos ovinos, lo que marcó un punto de inflexión trágico para los pueblos originarios. Lo que hoy se reconoce como un genocidio diezmó rápidamente a estas poblaciones. Según estimaciones de Martín Gusinde, antes de 1880 habitaban la isla entre 3.500 y 4.000 personas. Las enfermedades introducidas y transmitidas por la ropa, el contacto con los europeos y los posteriores masacres perpetradas en defensa del ganado diezmaron rápidamente a los últimos representantes de los Selk’nam, Yámana y Kawésqar.
Capítulo 1 – Pueblo Selk´nam
Los territorios selk’nam se extendían desde las llanuras septentrionales y centrales de la Isla Grande de Tierra del Fuego hasta las estribaciones meridionales y suroccidentales de la cordillera de los Andes. Estimados en aproximadamente 3.500 a 4.000 habitantes alrededor de la década de 1880, cuando comenzó el exterminio europeo, los Selk’nam contaban con 276 individuos en 1919, durante el primer viaje de Martín Gusinde. Gracias a la confianza y amistad que desarrolló con Ventura Tenenesk, chamán de la comunidad y maestro de la ceremonia Hain, Gusinde pudo penetrar en el universo selk’nam y forjar fuertes vínculos con personas clave. Mientras tomaba fotografías, el fotógrafo anotaba cuidadosamente nombres y vínculos familiares en sus cuadernos y en el reverso de ciertos retratos. Con sus fotografías, estableció así una genealogía inicial de los grupos de la Isla Grande.
Las pinturas faciales, en tonos rojos, negros, blancos o amarillos, se elaboraban a partir de pigmentos minerales como carbón vegetal, hueso calcinado, arcilla o minio. Estas pinturas no eran meramente decorativas: expresaban códigos de linaje y pertenencia. Cada mujer y cada hombre poseía un diseño propio, transmitido dentro de su comunidad.
Las capas de piel, llamadas chohn k-oli, se confeccionaban uniendo dos pieles de guanaco, el mismo animal que proveía el goöchilh, un tocado tradicional cargado de poder simbólico y mágico, utilizado durante la caza o en ceremonias del ritual Hain.
Desde la infancia, la caza representaba una actividad central. El guanaco, presa principal, era fundamental para la subsistencia: su carne, grasa y médula alimentaban a la comunidad; su piel servía para confeccionar capas y cubrir chozas; sus huesos se transformaban en herramientas, y sus tendones, en cordajes resistentes.
El Hain: rito de paso y arte ceremonial
El Hain era una ceremonia de iniciación destinada a adolescentes selk’nam de entre diecisiete y veinte años. Organizado exclusivamente por los hombres y mantenido en secreto frente a las mujeres, este extenso ritual combinaba cantos, danzas, pruebas físicas, juegos simbólicos y representaciones teatrales. Su función era consolidar la estructura social selk’nam, transmitir conocimientos y preparar a los jóvenes para su vida adulta.
El Hain era, al mismo tiempo, un teatro sagrado y un rito de aprendizaje. Los hombres se disfrazaban de espíritus míticos —seres temidos y venerados— para luego revelar a los iniciados que esas figuras eran construcciones humanas. Sin embargo, esta revelación no implicaba descreimiento: la creencia en el mundo espiritual persistía, coexistiendo con la pedagogía simbólica.
El proceso iniciático podía prolongarse durante varios años. A través de pruebas rigurosas, los kloketen —jóvenes iniciados— debían demostrar fuerza, destreza, inteligencia y resistencia. Antes de ingresar a la cabaña ceremonial, sus cuerpos eran cubiertos con pintura ocre roja —el color preferido por los espíritus—, sobre la cual se trazaban los taris, patrones blancos o negros que representaban los emblemas de su linaje.
Una de las pocas instancias donde las mujeres podían participar era durante el desfile de Kewanix, una danza ritual en honor al dios Tanu, un espíritu andrógino, mitad hombre, mitad mujer. En esa ocasión, también ellas se cubrían de ocre y portaban los signos de su linaje. Durante la danza, hombres y mujeres formaban círculos alternados.
La cabaña del Hain: universo ritual y teatro social
La cabaña donde se celebraba el Hain representaba simbólicamente un microcosmos del universo selk’nam. Su emplazamiento se elegía con especial cuidado, situada al límite de un bosque, con la entrada orientada hacia el este, protegida del viento y abierta hacia un claro que facilitaba el desarrollo de las actividades rituales al aire libre.
En su interior se realizaban las distintas fases del Hain, entre ellas el Oshonhaninh, o rito fálico, una alegoría del poder masculino y del vigor sexual, que marcaba el inicio de la ceremonia. Durante este rito, los jóvenes llevaban coronas y trenzas de paja que simbolizaban sus genitales. Era el único momento del ritual que las mujeres podían observar directamente, permaneciendo afuera de la cabaña. Más adelante, cuando los hombres salían a ejecutar la danza destinada a espantar la tormenta, las mujeres se unían a ellos lanzándoles bolsas de cuero llenas de agua, en un acto festivo y ritualizado.
Más allá de su dimensión iniciática para los kloketen, el Hain cumplía otras funciones sociales y simbólicas de gran profundidad. Según la antropóloga Anne Chapman, quien trabajó en Tierra del Fuego en 1964, el Hain tenía como propósito “disciplinar e intimidar a las mujeres para preservar la estructura patriarcal de la sociedad; responder a las aspiraciones religiosas conmemorando los orígenes míticos del orden social; y, al mismo tiempo, ofrecer la oportunidad de una gran reunión comunitaria en la que las mujeres se divirtieran tanto como los hombres”.
Shoort y los Koshménk: entre el terror y la burla ritual
Los espíritus Shoort ocuparon un lugar central en el Hain. Se les asociaba con los siete espíritus principales, cada uno vinculado a uno de los cielos de la cosmogonía selk’nam, la cual se organizaba simbólicamente en torno a los cuatro puntos cardinales. De todos los papeles que los hombres podían asumir en el Hain, el de Shoort era el más exigente. Siempre observado por mujeres y niños, quien lo encarnaba no debía, bajo ninguna circunstancia, revelar su naturaleza humana mediante gestos o actitudes. Su apariencia sobrenatural se reforzaba con pinturas corporales elaboradas con ocre rojo y blanco de hueso triturado.
Se creía que Shoort habitaba el inframundo junto a su esposa Xalpen, y emergía desde el fuego ceremonial dentro de la cabaña del Hain. Era él quien infligía tormentos a los jóvenes iniciados e inspiraba pavor entre las mujeres. Según se pensaba, su cuerpo estaba hecho de piedra, por lo que no debía mostrar signos de respiración. Como relató un informante a la antropóloga Anne Chapman: «Avanzaba a pasos cortos, sacudía la cabeza de un lado a otro, daba un salto repentino y se detenía bruscamente, temblando. Mantenía los brazos cruzados y las manos cerradas […]. Como todos los demás espíritus, era mudo. Todos sus movimientos eran rígidos y precisos, con el fin de fascinar —y en ocasiones aterrorizar— a las mujeres».
Otros personajes destacados del Hain fueron los Koshménk, figuras cómicas y satíricas del ritual. Representaban a los maridos engañados de Kulan —la Luna y esposa de la Noche—, quienes aparecían rodeados de amantes. Ridiculizados por las mujeres, los Koshménk deambulaban en busca de sus esposas, en una actuación cargada de ironía. Según Chapman, «Koshménk se presentaba como el hombre vencido por la fuerza sexual de su esposa y, una vez más —como ella misma—, parodiaba el modelo ideal del varón».
Sus cuerpos, cubiertos con patrones pintados en ocre y arcilla, evocaban los cielos —o territorios— a los que se les atribuía pertenencia.
Capítulo 2 – Pueblo Kawésqar
Los Kawésqar fueron un pueblo marinero y nómada que habitó la parte occidental del Estrecho de Magallanes y los archipiélagos de la Patagonia austral. Navegaban en pequeñas canoas (hallef), construidas originalmente con corteza cosida mediante bejucos o ballenas, y, a partir de 1880, con tablones de madera, resultado de su contacto comercial con los traficantes de pieles, quienes les proporcionaban herramientas de metal.
Gracias a su gran movilidad, recorrían canales y fiordos en busca de alimento, principalmente pequeños mamíferos marinos, moluscos y aves como cormoranes y patos. Cambiaban de campamento cada dos o tres días. Las mujeres desempeñaban un papel crucial: además de recolectar mariscos durante la marea baja, eran ellas quienes dirigían las canoas durante la pesca. Durante las tormentas, creían que el espíritu maligno Ayayema reinaba sobre las aguas y los pantanos. Por ello, mantenían encendido un pequeño fuego a bordo de las canoas, elaborado con líquenes e iniciado mediante pirita de hierro, que ardía lentamente y simbolizaba protección.
Otros recursos esenciales incluían el lobo marino, cuya piel se utilizaba para cubrir las chozas y confeccionar capas, y los cetáceos varados, cuyos huesos servían para fabricar herramientas como puntas, arpones y objetos cotidianos, muchos de ellos decorados con punzones.
Los campamentos costeros se establecían cerca de áreas propicias para la pesca y la recolección, y consistían en chozas de ramas cubiertas con hojas y pieles. Los Kawésqar expresaban su linaje mediante pinturas corporales hechas de arcilla blanca y ocre rojo, aplicadas principalmente en el rostro. Estas pinturas indicaban también estados vitales: el rojo anunciaba nacimientos; las líneas blancas y negras, utilizadas en el duelo, señalaban la causa de la muerte. En los rituales matrimoniales, los jóvenes lucían diseños específicos que simbolizaban su tránsito a la vida adulta.
Ceremonia Yincihaua
Martín Gusinde conoció al pueblo Kawésqar en la Isla Navarino, entre 1923 y 1924, durante su última expedición a Tierra del Fuego. Pasó seis meses junto a la comunidad, tiempo en el cual, aunque limitado, logró recopilar valiosa información gracias a entrevistas realizadas principalmente a sus miembros de mayor edad.
A través de estos testimonios, reconstruyó los elementos fundamentales de la ceremonia Yincihaua, que asoció con los rituales secretos masculinos de los pueblos selk’nam y yámana, caracterizados —según sus propias palabras— por un “marcado carácter antifemenino”, orientado a reforzar la subordinación de las mujeres. Gusinde distinguió este ritual de la ceremonia de iniciación Kalakai, en la que participaban tanto jóvenes hombres como mujeres, con el propósito de preservar la cohesión social y la transmisión de las prácticas ancestrales.
La ceremonia Yincihaua estaba reservada exclusivamente a hombres maduros que ya hubieran participado al menos dos veces en el Kalakai. En ella se empleaban máscaras de corteza llamadas ëksauwa y tocados de plumas conocidos como yiktalik sauwa. La pintura blanca, aplicada sobre el cuerpo, tenía la función de ocultar la humanidad del espíritu representado.
La figura del chamán ocupaba un rol esencial en la estructura social kawésqar. Shamémesk, el chamán con quien Gusinde estableció una estrecha relación —y quien aparece retratado aquí—, conservaba la memoria oral de las tradiciones ancestrales. Sus dones adivinatorios y conocimientos curativos aseguraban la continuidad espiritual y cultural de su pueblo.
Capítulo 3 – Pueblo Yámana
Al igual que sus vecinos los Kawésqar, los Yámana fueron un pueblo nómada y marinero, que se desplazaba en pequeños grupos familiares a bordo de canoas. Sus campamentos temporales se distribuían a lo largo de las costas norte y sur del canal Beagle, así como en las caletas de la Isla Navarino y los archipiélagos australes, hasta alcanzar la Isla Hornos. Su vida giraba en torno a los recursos marinos, de los cuales dependían para su subsistencia.
Durante la pesca, solo las mujeres estaban autorizadas a remar en las canoas, pues eran las únicas que sabían nadar. Con largas pértigas extraían lapas y cangrejos del lecho marino. En marea baja, la recolección de mariscos —mejillones y lapas— era también una tarea exclusivamente femenina.
Martín Gusinde entró en contacto con los Yámana (anteriormente conocidos como Yagán) por primera vez en 1918 y más intensamente entre 1921 y 1922. Fue presentado a miembros de la comunidad por Lucas Bridges, hijo del pastor anglicano Thomas Bridges, quien había residido en Tierra del Fuego desde fines de la década de 1860. Thomas Bridges estudió la lengua yámana en profundidad y compiló un extenso diccionario yámana-inglés con más de 30.000 palabras, publicado por Gusinde en 1933.
Durante su segundo viaje, entre diciembre de 1919 y febrero de 1920, Gusinde continuó su labor etnográfica y profundizó sus lazos con la comunidad. En señal de aprecio, les llevó copias en tamaño postal de las fotografías que les había tomado en visitas anteriores, gesto que fortaleció su vínculo con los Yámana.
Ceremonia del Ciexaus
Durante su tercer viaje, de diciembre de 1921 a marzo de 1922, Martín Gusinde visitó Punta Remolino, en la Isla Grande de Tierra del Fuego, y fue invitado a presenciar el rito de iniciación Ciexaus, celebrado en la estancia La Mejillones, propiedad de la familia Lawrence, en la Isla Navarino.
La ceremonia Ciexaus, orientada a adolescentes de ambos sexos, marcaba el paso a la vida adulta: los jóvenes, mujeres y hombres, se convertían en miembros de pleno derecho de la comunidad y adquirían la posibilidad de casarse y formar sus propias familias. Gracias a los estrechos vínculos forjados en su estancia anterior, Gusinde fue invitado a participar también en el Kina, una ceremonia secreta reservada exclusivamente a los varones, celebrada en paralelo al Ciexaus. Fue el único europeo en ser admitido e iniciado en este rito.
El Kina podía durar desde unos pocos días hasta dos semanas, durante las cuales padres e hijos evitaban todo contacto con las mujeres. Cubiertos con pintura de ocre rojo y blanco de hueso molido, y portando grandes máscaras de corteza, los hombres danzaban frente a las mujeres encarnando espíritus de otro mundo. La palabra “kina” apenas se pronunciaba: el secreto debía ser cuidadosamente preservado.
Gusinde estableció notables paralelismos entre esta ceremonia iniciática yámana y el Hain del pueblo Selk’nam, reconociendo en ambas el profundo sentido simbólico, social y espiritual que estructuraba la vida de estas culturas australes.